Platos fríos o calientes: ¿que es mejor para la salud?
¿Qué es mejor, comer platos fríos o calientes? Esta pregunta surge espontáneamente durante el cambio de estaciones.
Aún así, los clichés al respecto generan cierta confusión. Por ello, en el siguiente espacio hablamos de ello en detalle. ¡Descubra la respuesta!
Comer platos calientes favorece la digestión
¿Sabes por qué es recomendable comer o beber algo caliente incluso en verano? La respuesta es muy sencilla: los alimentos o líquidos calientes nos ayudan a digerir. Esto es lo que dice un artículo publicado en el Journal of Science of Food and Agriculture.
Siempre que el sistema digestivo pueda funcionar de la mejor manera, la comida debe estar a la misma temperatura que el cuerpo. Esto significa aproximadamente 37 grados Celsius.
Lógicamente, se nos lleva a pensar que comer alimentos calientes o tibios favorece el proceso de digestión. Esto se debe a que el estómago no necesita hacer un esfuerzo adicional para alcanzar su temperatura óptima antes de comenzar a trabajar.
Comer platos calientes parece ser una buena idea para quienes padecen trastornos digestivos o digestión lenta. Además, al igual que con los platos picantes, los platos calientes también son excelentes para calentar.
La temperatura aumenta la absorción de algunos nutrientes.
Otro aspecto a tener en cuenta a la hora de elegir entre platos fríos o calientes es cómo la temperatura interfiere con los nutrientes de cada alimento.
En algunos casos puede favorecer el acceso a determinados nutrientes y su absorción. Por ello, se recomienda cocinar los siguientes alimentos antes de consumirlos:
- Los huevos crudos empeoran la digestión de las proteínas.
- Los tomates y las zanahorias cocidos aumentan la disponibilidad de componentes antioxidantes como el licopeno y el betacaroteno.
- El brócoli cocido garantiza un mayor aporte de glucosinolatos.
Pérdida de nutrientes
Al contrario de lo que se acaba de ver, en otras ocasiones la cocción de los alimentos puede conllevar una importante pérdida de nutrientes. Esto es especialmente cierto para las vitaminas solubles en agua, como la vitamina C y las vitaminas B, que son muy sensibles al calor.
La principal fuente de estas vitaminas en nuestra dieta son las frutas y verduras, que se pueden consumir crudas sin ningún problema. Por eso es una buena idea incluir ensaladas y frutos secos en nuestra rutina diaria.
Ya hemos visto que si los acompañamos con un segundo plato caliente o una bebida caliente, incluso el estómago podrá alcanzar la temperatura óptima para trabajar. Y si nos cuesta comer alimentos muy fríos, podemos sacarlos de la nevera un poco antes para que alcancen la temperatura ambiente.
En el caso de las verduras que no se pueden comer crudas, los métodos de cocción más adecuados son al vapor, horneados o dorados en una sartén, el tiempo suficiente para que queden un poco crujientes.
Alimentos fríos o calientes para prevenir intoxicaciones
La seguridad alimentaria también es importante para alimentarnos. Esto es especialmente cierto cuando tenemos que preparar y cocinar alimentos, es decir, cuando corremos un mayor riesgo. Con una buena gestión de la temperatura de cocción podemos ahorrarnos muchos problemas de salud, incluso graves.
La proliferación bacteriana está directamente asociada con la temperatura. Aplicando calor podemos eliminar la mayoría de patógenos. Por eso es recomendable cocinar especialmente bien los alimentos más sensibles (carne, huevos o pescado).
Además, debemos asegurarnos de que ninguna porción de comida quede cruda o poco cocida. Una vez cocidos, los platos deben consumirse lo antes posible, o deben almacenarse a más de 65 ° C.
Si queremos consumirlos fríos es importante seguir las reglas correctas de cocción y conservación en frío.
La comida caliente suele ser más sabrosa
El sabor de la comida puede ser percibido por la lengua, a través de las papilas gustativas. Una temperatura de los alimentos entre 20 y 38 ° C favorece la percepción de sabores, y muy a menudo ayuda a obtener texturas más suaves y delicadas.
Por el contrario, cuando consumimos alimentos muy fríos tenemos que saborearlos un poco antes de apreciar su sabor. Aún así, hay que tener cuidado con los platos muy calientes.
Si bien tenemos tendencia a rechazarlos para evitar quemarnos la lengua, por otro lado , el consumo prolongado de alimentos demasiado calientes puede favorecer la aparición de trastornos esofágicos y estomacales, según un estudio publicado en la revista Medicine.
Como indica la Agencia de Investigación del Cáncer, «las bebidas muy calientes (con temperaturas superiores a 65 ° C) se clasifican como posibles carcinógenos». A esta conclusión se llegó tras la revisión de unos 1000 estudios de investigación sobre el consumo de bebidas calientes y su posible correlación con el cáncer.
Aunque podamos pensar que no es el sabor de la comida lo que las convierte en opciones más o menos saludables, es muy importante saber saborear la comida. Más allá de las cantidades, los nutrientes o su absorción, la nutrición también tiene mucho que ver con las emociones y el bienestar.
Disfrutar de cada bocado de deliciosa comida hará de nuestras comidas un momento de placer y disfrute. Y esto, aunque no parezca importante, también es una apuesta válida en términos de salud.
Platos fríos o calientes: ¿cómo hacer la mejor elección?
Entre todas las ventajas y desventajas de una comida fría o caliente podemos pensar en los siguientes puntos clave para hacer una mejor elección:
- Combina platos fríos y calientes con cada comida y durante todo el año.
- Cocinar las verduras al vapor, al horno o dorarlas unos instantes, para reducir al mínimo la dispersión de vitaminas y mejorar el aporte nutricional.
- Cocine bien la carne, el pescado y los huevos y sírvalos inmediatamente después de cocinarlos o recalentarlos.
- Algunos platos requieren cocción para ayudar a absorber los nutrientes. Esto no significa que no podamos comerlos fríos. Además, siga siempre las pautas para un almacenamiento óptimo y recuerde que los alimentos tibios o calientes siempre saben mejor.